El primo arrepentido y el asesor del flamante Ministro de
Energía que está en contra de la energía, quedaron con el medio cuello. Fíjense
ustedes mis estimados amigos pinocheteros y humanoides que el parcito de nuevo-derechistas
constituyó una “empresa en un día”, una pobre y miserable Pyme, con la
finalidad de efectuar, digámoslo de esta manera, “asesorías”. En otros lugares
le llaman lobby, y en otros lugares más alejados de este país en estado de semi
barbarie le dicen tráfico de influencias. El que quiere lo puede llamar corrupción.
Claro que en Chile no es llegar y meterse a cualquier
negocio así como así nomás. Eso sucede en los países donde impera el
capitalismo como sucedía en el Chile de los ’80, no como en la actual barbarilandia,
donde se usa el amiguismo, con algunas gotas de compadrazgo, una pizca de
barreras de entrada, tres cucharadas de regulaciones a pedido de los “poderosos
de siempre”, el visto bueno del ministerio y la sub secretaría de turno y la
venia de algún viejo macuco que corta el queque.
El parcito, entonces, se dedicó a ofrecer sus servicios a “los
poderosos de siempre” nacidos y criados al alero de la Concertación. Cual fue
la sorpresa de los amigotes cuando los empresarios oligopólicos les dijeron “déjenme
el currículo con foto, el teléfono y te llamamos”. JA.
Ahí se pegaron la cachada de que “Chile cambió”, y que ellos
fueron parte importante del cambio al abandonar sus principios (si es que los tenían)
y abrazar banderas ajenas. Así las cosas, no tuvieron más remedio que pedir
hora con “Don” Correa, el jefe máximo de la actividad en barbarilandia.
Me cuentan mis informantes que el parcito se apersonó en la oficina
de “Don” Correa y luego de presentarle sus respetos y flectarse ante el capo de
tutti capi, le besaron el anillo de oro y diamantes y le solicitaron un
territorio para comenzar su nueva empresa bajo el alero de la familia.
Nada de eso sirvió, Chile ha cambiado y los oligopolios solo
atienden los requerimientos de sus creadores. Al parcito no le quedó más
remedio que recular, retirarse con la cola entre las piernas, cerrar su “empresa
en un día” y publicar una carta de despedida y perdón en El Mercurio, el diario
subsidiado por el gobierno de turno y al servicio de la izquierda.