Estábamos
acostumbrados a observar que durante los tórridos y soporíferos días veraniegos
del último año de mandato de cada gobierno saliente, miles de compañeros de viajes
abandonaban el barco en busca de mejores días en algún organismo internacional,
en alguna universidad dedicada al adoctrinamiento de imbéciles, o simplemente bajo
el alero del botín que obtuvieron cometiendo las más abyectas fechorías, mientras
se desempeñaban como baluartes del servicio al prójimo.
Esta vez no
ha sido igual, al menos es lo que intentan hacer con la ley de amarre con que las
ratas pretenden mantenerse en el barco, a pesar de que los nuevos timoneles
intentarán echarlos por la borda lanzándole baldes de agua hirviente, mientras
todavía hay periodistas empeñados en resaltar la imagen del atorrante y su
banda de mafiosos, tratando de exculparlos del cúmulo de escándalos que los acogotan.
Los intentos
de última hora con los que estos atorrantes buscan mantener alguna cuota de
poder más allá de toda racionalidad democrática, ética y moral, no deben
impresionar ni extrañar a ningún habitante de este lupanar que se precie de
saber leer y escribir con relativa facilidad, y que recuerde el origen de esta
plaga de picantes y ladrones.
El Merluzo
no hizo más que rodearse de personas de su misma índole, alimañas de su misma especie,
como muestran los orígenes de esta banda de truhanes, emanada de las más hediondas
alcantarillas universitarias de Barbarilandia.
Para un buen
observador, no puede resultar llamativo entonces que varios de ellos, incluidos
los sicarios utilizados durante el golpe de estado implementado sin pudor a partir
del 18/O frecuentasen la cárcel, alguno de ellos tras cometer crímenes
horrendos.
Todo el
personal de esta organización de rufianes, timadores y atorrantes es ampliamente
conocido por mostrar con un indisimulado orgullo todo tipo de hábitos
inescrupulosos, ordinarios, abyectos, asquerosos, violentos y descarados,
desprovistos siempre de toda consideración ética y moral. Ni se arrugan los
weones.
Esta escoria
social pretende ahora continuar “habitando el cargo” adquirido de manera fraudulenta
gracias a la recompensa por haber ejercido su turbio negocio callejero de
tomas, incendios, robos y demás delitos de la más diversa índole, y que tan
bien suelen ejecutar gracias a la experiencia adquirida durante años en su
permanente connivencia con el delito.
Todas estas vilezas
habituales, costumbres desquiciadas y hábitos delictuales, eran sobradamente
conocidos por la inmensa mayoría de los chilenos que los eligieron para “habitar
el cargo” que hoy se niegan a abandonar.
Eran conocidas
de sobra por los compañeros de la prensa seria que los encumbraron como
paladines de la justicia, la moral, la igualdad y la entrega desinteresada por
quienes más lo necesitan, y que los vendieron como los refundadores de un Chile
que no necesitaba ser refundado, ni reiniciado ni nada parecido.
En lugar de
meterlos en una celda, fueron depositados en oficinas gubernamentales que hoy
se niegan a desocupar, siempre apoyados por los grotescos vítores de un
populacho bárbaro enardecido que exigía sangre ajena como ofrenda a sus supuestas
miserias.
Solo en una
sociedad tan envilecida y miserable como la nuestra, un tipo así es encumbrado para
“habitar” el cargo más importante del país, y puede, una vez instalado en
palacio y con toda la horda de atorrantes que lo secunda y participa de sus bacanales
que ya dejaron de ser un secreto a voces, seguir ejerciendo los mismos actos,
costumbres e inescrupulosas fechorías que practicaba en sus inicios de
revolucionario con pulmones vírgenes.
Esta basura
pretende continuar la fiesta apernados a un puesto desde donde continuarán
lucrando, mientras intentan desestabilizar y atar de manos al gobierno
entrante. Son unos delincuentes.





