Ayer en La Tercera apareció una mala noticia y una muy mala:
(Pag 71). Sector público crea 72 mil empleos, y el privado pierde 200 mil.
La mala: el sector privado pierde 200 mil empleos, los que
con buenas políticas económicas, libertad y confianza, tres condiciones cada
vez más escasas en Barbarilandia, se pueden recuperar y aumentar. Y la muy
mala: el sector público crea 72 mil empleos, de los que por supuesto, nunca más
nos libraremos.
Perder 200 mil empleos productivos y generar 72 mil empleos improductivos
financiados por los trabajadores que aun mantienen su empleo, es en el fondo,
destruir 272 mil empleos; o dicho de otra forma, los contribuyentes somos 72
mil empleos más pobres que hace unos meses atrás.
Si a eso se agregamos que esos 72 mil empleos públicos tienen
como objetivo controlar, supervisar, multar, complicar, mandonear, joder y
repartir el dinero de las personas que aun trabajamos, la perdida es aún mayor.
Vamos mal, mañana peor.
Parafraseando al gran Álvaro Bardón , maestro entre los
maestros, ahora tenemos 72 mil jefes nuevos. Ni más ni menos. Como si los hasta
ayer existentes no fueran ya demasiados.
En el “Chile que todos queremos”, que no es más que el mismo
país pre ’73, donde el Estado toma cada día una preponderancia más incontrarrestable,
este drama económico y cultural es solo el comienzo de la revolución, o mejor
dicho de la involución, ese camino que recorren los pueblos cada vez que
quieren volver a encontrarse con un pasado que no saben dejar atrás.