En
Barbarilandia todo anda al revés de los cristianos. Mucha alharaca por el
atropello de un camión de Carabineros a un cabrito que “iba pasando por ahí”, entremedio
de una nueva algarada callejera. Es lógico que entre caos y caos provocado por
los sospechosos de siempre, esos desmanes puedan terminar en tragedia. Lo que
no es normal, no es normal y punto.
Hoy en día
el perraje anda soliviantado y supone que puede hacer lo que le dé la gana
cuando quiera. Destruir, cogotear, saquear, incendiar, cambiar la constitución a
poto pelado y en medio de una tomatera y lo que sea su voluntad ¡Y en nombre de
la democracia y la libertad!, ni más ni
menos. Flaites e ignorantes al mismo tiempo, valga la redundancia.
Hoy, la patrona
regresaba del trabajo conduciendo por una autopista, y en medio de un taco, una
horda de delincuentes atacó a los automovilistas que se encontraban detenidos e
indefensos. Uno de ellos intentó romper los vidrios de su auto, mientras el
criminal intentaba abrir la puerta pateándola. Lo mismo les sucedió a otros
conductores que no pudiendo arrancar de la ralea infecta que deambula por las
calles, debieron rezar para que los vidrios fueran más fuertes que la basura
que los golpeaba. Era la plaga de langostas a la que me referí días atrás. Y
obvio, no llegó nadie. Por eso continúan delinquiendo estas ratas. Es gratis, gracias
al “gobierno de los mejores”.
Es en estos
momentos críticos que se extraña el derecho de las personas decentes que pagan
impuestos para mantener a la misma basura que intenta cogotearnos, a portar un
arma con la que defenderse, ya que la policía, el gobierno, los jueces y la
horda política no lo hacen.
El tiro de una
nueve milímetros entre ceja y ceja es lo que merecen estas basuras. El problema
es que no se puede, tienen derechos humanos y la víctima del asalto termina en prisión.
Es la razón de la sinrazón de un país que de su anterior estado de semi barbarie,
pasó a uno de barbarie total.