En mis ya
lejanos años mozos, los defensores del comunismo cubano o soviético nos explicaban
con devoción que en la isla y en los frías tierras rusas, la salud y la educación
eran gratuitas, que la vivienda también lo era, y que, gracias a esta maravilla,
la gente podía dedicarse a buscar la perfección en distintas artes, como la música,
la pintura, la poesía y demás exquisiteces que un burgués de poca monta no era capaz
de apreciar, por haber sido alienado por el capitalismo. En Venezuela la gente
ocupa su tiempo en cuestiones mas mundanas, como encontrar comida, intentar no morirse
por falta de atención médica, o arrancar hacia algún lupanar capitalista a pata
pelá si fuese necesario.
La vida
sigue igual…, y los giles también.
Conozco a muchachos
venezolanos que deben trabajar y enviar dinero a sus padres, el que despachan
desde un país aún capitalista (no sabemos por cuanto tiempo más), y lo hacen
con esfuerzo. Este país capitalista da de comer a quienes están aquí y quienes están
allá. Al parecer tan malo no es el “modelo heredado de la dictadura” y luego degenerado
con entusiasmo y muy mala fe durante la democracia.
A pesar de
todas estas innegables y frecuentes noticias sobre las consecuencias de ser imbécil
y envidioso, al menos un 38% de los chilenos aspira a algo como lo que ofrece Venezuela.
Algunos aún más imbécil creen que el futuro esplendor merluciano más que a Venezuela
se parece a Finlandia o Nueva Zelanda (¿eso es lo que está de moda en estos momentos,
o ya cambió?). No se si en estas personas predomina la estupidez o la envidia, o
será algo aún peor ¿Qué puede ser peor y más peligroso que un imbécil envidioso?
Tal vez un “social” que lo valida, siempre que las consecuencias no las pague
él ¡En Barbarilandia estamos rodeados de ellos!