La izquierda
es totalitaria y, por lo tanto, antidemocrática. El 82% de los incumbentes han
votado por algo tan elemental como restituir el nombre histórico de una importante
calle, que durante muchas décadas ha sido conocida de esa manera (Salesianos) por
generaciones de vecinos: https://www.emol.com/noticias/Nacional/2025/08/12/1174820/cambio-nombre-avenida-salvador-allende.html
El problema,
entonces, no lo causa la alcaldesa actual que repone la cordura, sino la
alcaldesa anterior del FA, la que vulnerando la voluntad “del pueblo” como
gustan hociconear permanentemente, le impone a toda la comuna ese nombre (Salvador
Allende) de infausto recuerdo, y sin preguntar a nadie, por la fuerza.
Se ha instaurado
como maldita costumbre el cambio de nombres históricos en calles, plazas y demás
lugares públicos, para reemplazarlos vilmente por el de alguno de los más bestiales
personajes de nuestra historia: Salvador Allende, Gladys Marín, Víctor Jara,
Pablo Neruda, etc. Todos ellos apoyaron con indisimulado entusiasmo a los regímenes
más criminales de la historia de la humanidad, y que, además, pensaban replicar
en Chile.
Los más
diversos lugares del país, que se supone son públicos, es decir, de todos, se
han comunisteado ¿existe esa palabra? Pues debiera existir. Y ya está bueno.
Solo un desquiciado, totalitario y criminal puede insistir en la grotesca veneración de gentuza
como Salvador Allende, político socialista cuyo partido declaró en su congreso
de Chillán de 1967 como parte de sus principios, y solo tres años antes del inicio
de su gobierno lo siguiente:
“La
violencia revolucionaria es inevitable y legítima. Resulta necesariamente del
carácter represivo y armado del estado de clase. Constituye la única vía que
conduce a la toma del poder político y económico y a su ulterior defensa y
fortalecimiento”.
“Sólo
destruyendo el aparato burocrático y militar del estado burgués, puede
consolidarse la revolución socialista”.
“El Partido
Socialista las considera como instrumentos limitados de acción, incorporados al
proceso político que nos lleva a la lucha armada”.
O al maldito
energúmeno de Pablo Neruda, que abandona a su hija con hidrocefalia, y que el gran
maestro Enrique Lafourcade describe en su crónica del 18 de julio de 2014 en
El Mercurio de esta manera:
“El gran poeta del amor romántico, el obsecuente
militante comunista, como nadie vivió de rodillas, disciplinado y acrítico,
ante Stalin, Mao Tse tung y otros libertadores". Neruda amaba las
multitudes. Fracasó en su amor por los seres concretos, como su única hija,
Malva Marina, enferma incurable. Su madre, María Antonieta Hagenaar, ante el
abandono en que las tenía el poeta, enamorado de su poesía y la parranda,
decidió abandonarlo e irse a la casa de sus padres, en Holanda. A pesar de que
su país estaba ya conquistado por Hitler”.
"Malva Marina
murió a los nueve años. El poeta de la humanidad -que hoy celebramos en forma
delirante- declinó volver a verla. Ocupado por salvar a la condición humana,
borró a su hija y a su esposa. Se negó a asistir a los funerales de la niña y
durante el resto de su larga vida ignoró dónde estaba su sepultura, ¿preocupado
de su deificación?"
Sin olvidar
los poemas “Oda a Lenin” y “Oda a Stalin” de su siniestra autoría.
O los
honores callejeros al ahora vil candidato a animita, Víctor Jara, transformado
en nombre-comodín de espacios públicos, calles y avenidas, que cantaba como si
nada su versión de “la bala”, canción que dice así:
La bala se dispara
Ay, se dispara, ay, se
dispara
La bala se dispara
Ay, se dispara, se disparó
La bala nos advirtió
Y no es la primera, no es
la primera
Que la vanguardia en la
lucha
Es la clase obrera, es la
clase obrera
Y acabando con la bala
Ella no es mala, ella no
es mala
Todo depende de cuándo
Quién la dispara, quién la
dispara.
Solo en un país degradado ética
y moralmente es posible que esto continúe sucediendo.