EL EXTRAORDINARIO PLÁTANO ORIENTAL.

Cada cierto tiempo aparece algún burócrata, algún político medio guacho, o alguno de estos fulanos que “sabe de estas cosas” con algún estudio bajo el brazo que condena a los plátanos orientales a su fin. Árbol malo malito, que enfermas a la gente ¡coff! ¡coff!. Yo los salvaré de estos árboles malos, tráiganme el hacha.

Nuevamente se puso de moda este arbolicidio. El turno fue del Ministro de Agricultura del presidente de derecha que cambió. Walker las emprendió en contra del noble y fabuloso plátano oriental, al que pretende prohibir y erradicar.

Como yo soy un defensor de la naturaleza, desde los arboles de las calles hasta los humedales costeros y de los animales que ahí habitan, tengo el deber de opinar al respecto. En primer lugar, el plátano oriental no expulsa más pelusas que otros árboles. Lo sé ya que en mi calle tenemos plátanos orientales de quizá unos 60, 80 o más años, y un poco más allá existe un álamo que en primavera bota mucha más pelusa. El polvo en suspensión, las gramíneas y el resto de la vegetación, hacen palidecer las pelusas de mi árbol, favorito.

En segundo lugar, lo que se debería erradicar de las calles del país, son los ordinarios cables de electricidad y de otras empresas, que degradan el paisaje y son la causa de las mutilaciones de árboles ejecutadas por esta gente tan educada, detallista y civilizada; los podadores municipales que atentan en contra de los derechos arbóreos de los árboles.

En tercer lugar, desde hace bastante tiempo existe la tendencia de reemplazar a los plátanos orientales por tuliperos y liquidámbares, incurriendo en un error garrafal que por supuesto a ninguna municipalidad le interesa. Una de las ventajas del plátano oriental, es que genera varias ramas que “abren” el árbol, por donde se pueden dirigir los malditos cables. Los tuliperos y liquidámbares crecen en forma recta, lo que implica una mutilación mayor para dar paso a los cables, la deformidad de los árboles y el afeamiento del paisaje. Y claro, este par de árboles, muy bonitos también, generan mucha menos sombra.

El chileno es incivilizado, y como decía el gran Enrique Lafourcade, cultiva el "feismo", además de tener una fijación en contra de los árboles grandes. Al parecer disfrutan “podándolos”. Otros más “cool” proponen plantar vegetación nativa, la que demora décadas en crecer, son de hoja perenne, por lo tanto generan mucha sombre en invierno y su forma compacta dificulta aún más el trazado de los cables, lo que implicaría “podas” criminales aún mayores.

¿No será mejor que alguna gente se aguante un poquito unos 15 o 20 días al año, no exagere tanto, y así poder gozar de una mejor ciudad y una vida más civilizada? ¿Será mucho pedir? A veces pienso que sí.