QUIERO TU HUEVITO.

¿Alguien recuerda este estúpido poema (supongo que será un poema) que nos recitaban cuando éramos cabros chicos? Lo decían tantas veces para entretenernos que hasta podíamos reír con ganas. No sé qué opinaría don Sigmund de todo esto. Algo raro debe haber por ahí oculto.

Este dedito compró un huevito,

Este lo cocinó.

Este lo peló,

Este le puso sal,

y el pícaro gordito, se lo comió.

El sueño de todo “chilenito vivo” -en estos instantes la mayoría de la población-, es ser el pícaro dedito que se come el huevito que alguien más compró, cocinó, peló y aliñó. Principalmente si detectan a un miserable rico con una docena de huevos cocidos bajo el colchón, y ni hablar si posee una gallina productora de huevos, aunque aún no estén cocidos. Ese es el peor de todos, el infeliz al que los huevos nunca se le acaban. Nadad debe tener huevos que comerá otro día, debe comerlos ahora o no tenerlos.

Probablemente este poema guarda relación con nuestros orígenes católicos y su benevolencia con los pecados veniales. Esos pecadillos sin importancia como mentir y quedarse con lo ajeno. Hoy ya nadie miente ni roba, la creatividad humana lo justifica luego de fabricar la conclusión de que todo es relativo, por lo tanto no existe ni el bien ni el mal; y el robo no es más que una reivindicación, puede ser histórica, social o de algún otro tipo que cuadre con la necesidad de “quienes más lo necesitan”, o con bondadosos humanos dispuestos a tomar o repartir lo que no es suyo.

Ya nos lavaron el cerebro hace décadas, es demasiado tarde para cambiar. Luego nos envían al colegio, donde nos encontramos a profesores que nos inculcan los programas del ministerio de educación y nos prometen el paraíso de acá, y curas que nos prometen el paraíso de allá. Continúan las recitaciones de poemas. Puros paraísos, nada de realidad. Ellos continúan el proceso de deformación mental que comenzó en la cuna, el que luego, algunos, cada vez más, perfeccionan en la universidad.