VACUNADORES Y VACUNADOS.

En Barbarilandia, el proceso de vacunación masiva comenzó el 4 de marzo del año 90. Desde ahí no es que no haya detenido el procedimiento, sino que se ha intensificado y masificado. En Chile existen dos grupos de personas, los que nos han vacunado, y nosotros, los vacunados. Y que conste que ha sido una vacunación obligatoria. Los doctores, todos ellos sociales, nos aseguran que fue por nuestro bien. Tan buena gente que son estos tipos.

 

Ahora comienza el otro proceso de vacunación, contra el otro virus, el chino. Este, al menos, será voluntario. Contra lo que no existe antídoto, ni vacuna, ni escapatoria, es contra el virus chileno, ese que no te mata, solo te consume poco a poco y te deja vivo para seguir consumiéndote en nombre de la justicia social y el bien común.

 

El frasquito de Pfizer está al llegar, se convertirá en el tótem de la salvación. Insisto en que debería ser paseado por calles y avenidas en el vacunamovil, bajo la atenta mirada de matinales y noticieros. El único problema con el nuevo tótem, es que lo traen directamente desde el imperio ¿Se imaginan una vacuna china o rusa? ¡¡O cubana!! Sería la apoteosis de los compañeros de la prensa seria. Sería el elixir contra el Covid 19, la caída del pelo y el pasaje hacia la eterna juventud.

 

Para los descreídos, quienes suponen una vacuna con Caballo de Troya incluido, que tal vez nos inocule un chip que controlará nuestras mentes y nos inducirá a votar por el Frente Amplio, producto de una especie de hipnosis colectiva, pueden seguir como están. Son las virtudes de la democracia que se construyó durante la dictadura y que vemos como se difuma durante la democracia.

 

Yo me vacunaré, aunque me dan miedo las agujas. No hay de otra, es eso o continuar encerrado con la patrona al lado. La necesidad tiene cara de hereje. Hay tres cosas que me causan temor, la patrona, por razones obvias; los hospitales, con esa tropa de enfermeras premunidas de agujas, sonrisita criminaloide y la tranquilidad de Aníbal Lecter; y las alturas, por lo tanto no subo a aviones, ni a azoteas, y evito los ascensores, no por el miedo al encierro sino a la altura, quedar colgado por allá arriba. Sobre todo esos ascensores viejos, lentos, que se mueven y suenan. Es una experiencia que no le deseo a casi nadie ¿Qué tiene que ver esto con la vacuna? Pues nada, pero me acordé y lo escribí.