PREVENCIÓN DEL DELITO

Reapareció JAK, afortunadamente no se lo llevó la pelá, aunque hizo empeño para dejarnos sin candidato. Ya tenemos por quien votar y por quien lamentarnos de su derrota, una vez más. Es el destino de la gente de bien en un país donde la generalidad es un populacho bárbaro, vicioso y de poco rigor intelectual.

 

Aprovechando este regreso del infierno, estaría bien que JAK diera una clase magistral de Covid 19 en su canal y, por qué no, en algún canal de la prensa seria. Tal vez es la oportunidad para que el bueno de José Antonio separe aguas con algunos de sus más fieros seguidores, que aún mantienen su postura irracional sobre la pandemia. Si JAK pretende lograr apoyos más transversales, y no me refiero a gente de izquierda, sino a gente con sentido común, como él mismo plantea cada vez que lo entrevistan, debe hacerlo. Seguramente no lo hará y se conformará con dejar el destino de la humanidad en manos del pulento que todo lo sabe. Dios dirá.

 

Pasando a otra arista, como dicen los políticos, debo referirme a uno de los personajes caricaturescos de esta pandemia, la cabrita que previene el delito, doña Katherine Martorell, dedicada a sapear en supermercados y kioskos de sopaipillas en busca de trasgresores de la legalidad, mientras el resto de los delincuentes dedicados a menesteres como asesinatos, robos y balaceras en poblaciones, entre otras actividades, campean a sus anchas.

 

La subsecretaria de prevención del delito, embozada debidamente de acuerdo con la legalidad vigente, nos advierte a diario sobre los peligros a los que nos exponemos cada vez que salimos de nuestras guaridas sanitarias a comprar el pan, ingresar a un comercio no esencial, hacer ejercicios fuera del horario matinal designado por el comité creativo de expertos en la materia, o pasear el perro. Todas ellas actividades ilícitas, riesgosos, aventureras y viciosas.

 

La Katherine se moviliza por la capital apoyada por su corte de burócratas, fuerzas del orden y equipos de la televisión que organizan un espectáculo que siembra el temor. Se apersona en el lugar donde se perpetró el delito del día, acordona el sector, y arma una cuática que luego es difundida en matinales y noticieros de la hora de almuerzo, cuyo objetivo es asustar a la chusma.

 

Doña Katherine, con esa mirada seria, esa actitud sombría, ese físico menesteroso, esa incapacidad de comunicar efectivamente, y ese discurso aprendido, ni se puede tomar en serio, ni la vemos como una Sheriff moderna que ingresa al pueblo, en silencio, con paso parsimonioso, mientras los pobladores arrancan a guarecerse en sus casas y mirar el enfrentamiento tras la cortina. Doña Katherine no intenta terminar con los días de abuso de la banda de cuatreros que atemoriza al vecindario. No previene delitos, más bien hace el ridículo, como todo el gobierno.

 

Necesito comprar un metro de elástico para acondicionar unos calzoncillos viejos. Llamaré a doña Katherine y le preguntaré si para ella es o no esencial que mis calzoncillos se mantengan en su lugar. Si la respuesta es afirmativa, solicitaré un permiso para comprar elásticos (supongo que el comité creativo de palacio lo habrá previsto y el permiso existirá) y buscaré algún almacén clandestino donde conseguirlo, tal vez con un merecido sobreprecio para el abnegado traficante de elástico para calzoncillos, que intenta ganarse la vida sin que doña Katherine y su séquito de comisarios sanitarios se entere.