SEBASTIÁN, EL CARCELERO.

Me niego absolutamente a caminar a las seis de la madrugada. Es ofensivo. No me levantaba a esa hora ni para ir a trabajar, cuando lo hacía. Menos ahora, y menos aún para cumplir con el extravagante ordenamiento de este gobierno de desquiciados. Se supone que el show se llama “Elije Vivir Sano”, aunque no puedo elegir nada. Me opongo.

 

Por lo tanto, camino todos los días en el patio del edificio, de hecho, en el estacionamiento. Por supuesto que, en un horario civilizado, digamos tipo once de la mañana. De aquí para allá y de allá para acá, tal como los presos en el patio de una cárcel. Soy el único que lo hace. El loco del condominio.

 

Podría salir a la calle, no creo que algún amigo en su camino pase justo por ahí en ese preciso momento, y aproveche mi descuido para multarme, o me encuentre de frente con la Katherine y me tire a sus mascotas y cámaras de televisión. El paco me detendría para cumplir con la cuota diaria de partes que le exigen en su comisaría, y la Katherine para armar su telenovela de medio día. No pretendo colaborar con  la causa de otros.

 

Si yo fuera narcotraficante o tuviese un emprendimiento (como les dicen ahora a los negocios) dedicado a portonazos o encerronas, saldría sin cuidado, nada me va a pasar, pero caminar por la vereda de un barrio residencial y en medio de la soledad de las once de la mañana, puede ser motivo de sospecha para algún funcionario de verde, o alguna mascota de Sebastián con ganas de medrar en la vida. No me arriesgo.

 

Lo otro que deben tomar en cuenta antes de ejercitar las cañuelas para no terminar tullido, es que no deben caminar con alguien al lado, o los agentes de la ley puede intentar disolver la manifestación callejera. Ni citar a alguien para el evento, ya que las convocatorias están fuera de la ley, salvo que tengan el objetivo de destruir alguna estatua. Alguien en palacio puede estar vigilando su WhatsApp ¡Ojo!

 

Y no olvide que no puede comprar nada que este dentro de la lista de productos no esenciales, la receptación es un delito. Vergüenza debería darles hacer algo así a espaldas del pueblo. Intentar sobrepasar la legislación vigente es deleznable, métase en su guarida sin chistar y encienda la tele, que el doctor Paris tiene algo que informarle en su amena rueda de prensa diaria.  

 

Mientras nosotros,  la chusma inconsciente, intenta comprar en el mercado negro la caja de témpera que la profesora solicitó para las clases de artes visuales del cabro chico (así le dicen ahora a las artes plásticas de toda la vida); o un calefactor para que los peces del acuario no pasen a mejor vida; o algún elemento no considerado importante por las mascotas de Sebastián y los expertos escribidores de papers, la cuarentena sigue su curso, los delincuentes continúan sus ya legendarios emprendimientos, y la gente decente se conforma con dar vueltas por el patio del condominio como si estuviera en la penitenciaría. En Barbarilandia todo sigue igual, somos los mismos de siempre.