AL AGÜAITE

A poco más de una semana de las decisivas elecciones, continúan las cuarentenas. No podemos trotar ni pasear a Firulais a las once de la mañana, pero votaremos en la afamada y a estas alturas legendaria fiesta de la democracia. Elegiremos entre comunistas, socialistas, algún tránsfuga socialdemócrata, seudo derechistas sociales y uno que otro derechista supuestamente de verdad perdido entre la masa.

 

No iría a votar no ser porque siempre puede resultar electo algún facineroso aún peor a lo que estamos acostumbrados, y un voto será poco, aunque es mejor que nada ¿Para qué? Las fiestas nunca han sido mi debilidad, y si la verdadera democracia es la depravación que estamos padeciendo, prefiero una sabia dictadura o alguna monarquía bien portada.

 

Un comprensivo rey o un benévolo dictador -como el que tuvimos durante demasiado corto tiempo-, que se empeñen en respetar el estado de derecho y el de propiedad, mantengan la economía funcionando y a la horda disciplinada, me parece un buen trato, más aún, comparándolo con la extravagante y desoladora chusma que nos regenta.

 

Esta democracia de tramoya se sostiene con pinzas, un par de clavos, dos tablas, y esconde detrás del escenario de los matinales la triste realidad de un estado fallido, un pueblo fallado y la gran mentira del supuesto Chile civilizado experto en derecho constitucional, entendido en los grandes temas de la humanidad, e incasable buscador del bien común. Nada de eso es cierto.

 

Enlazando el tema de hoy con el de ayer, podemos confirmar parte de mi tesis. En Chile casi nadie trabaja. Me gustaría conocer la cantidad de gente que vive expoliando el dinero de los contribuyentes. Empelados públicos de todo peleje; escribidores de papers que nos guían a un futuro imaginario; investigadores de cosas irrelevantes; asesores de todo tipo. A esto sumemos los falsos algo (exonerados, retornados, torturados, etec, y sus descendientes que continúan cobrando prebendas ya cercanos a la tercera o cuarta generación.

 

Continuemos sumando a los miembros de ONG y demás farsas; organizaciones civiles; colectivos; promotores culturales; agrupaciones; centros de estudio; partidos políticos; expertos en licitaciones públicas; OTEC; oficinas de postuladores profesionales a planes de fomento; oficinas de expertos en asesorías y ayudas en las postulaciones a beneficios sociales que nadie más que ellos conocen, y en la navegación entre los vericuetos de la administración pública del gran ladrón. En fin, existe una lista interminable de sinvergüenzas que viven de la mentira, la movida estratégica, la coima, el papeleo, los subsidios, el estudio de los resquicios legales, el lobby y todo tipo de trampas y mentiras.

 

Y así seguirán mientras existan cientos de miles de contribuyentes que pagan impuestos, y otros cientos de miles de negros que hacen los trabajos que ellos deberían estar haciendo. Y más encima debemos votar por esta chusma, con pandemia o sin ella.