SUTIL NO FUE SUTIL.

Don Juan Sutil no fue muy sutil al espetar una verdad a medias que no tiene nada de mentira. Dice que el (más o menos) millón y medio de inmigrantes, la mayoría de ellos pobres de solemnidad incluso en sus “shit holes” de origen, llevaron los sueldos del respetable público a la baja.

 

Sus colegas -una vez más- demostraron un temor parido y, al parecer, se abalanzaron contra su caporal. Siguen preocupados por las formas y dejan de lado el fondo. Como siempre. No quieren quedar mal con nadie, ni con efusivos comunistas, ni con los didácticos matinales, ni con violentos twitteros, ni con su madre ya en el cielo… o en el infierno, no lo sé.  Si eligieron a Sutil, ahora deben apoyarlo. Y si van a contradecirlo, al menos digan la verdad completa, como se las diré yo.

 

Este exempresario jubilado, devenido en rentista y a punto de regresar al ruedo de los valientes y un poco tontos, mediante un negocio por internet (solo por internet, por supuesto, no quiero mas líos), puede dar fe de que lo que dice Sutil es en parte cierto, pero solo en parte, y en una parte mas bien marginal.  

 

Antes de la llegada de la supuesta mano de obra barata extranjera, no existía disponibilidad de mano de obra chilena; ni barata, ni cara, ni de ninguna especie. No es broma. Es como les digo.

 

En Barbarilandia siempre trabajó muy poca gente. Da igual si sobrevivían a duras penas en alguna chabola de mierda en la orilla de un rio, o en una pieza de madera en el patio trasero de los suegros, que compartía el par de tortolitos que parieron el primer crio a los quince años. Yo conocí esta realidad desde los veinte años, ya que toda la vida trabajé con gente pobre.

 

Una minoría es gente buena, cumplidora y supongo que honrada, generalmente gente ya mayor que llegó desde el sur, en una época pasada en la que aún se valoraba el esfuerzo. Tuve trabajadores que se mantuvieron en el empleo 10, 15 o 20 años. De estos ya quedan pocos.

 

La mayoría siempre estuvo compuesta por una masa de pillos, curagüillas, vagonetas, ladronzuelos e informales, que de alguna manera cumplían a medio morir saltando con el trabajo. Dos meses aquí, tres meses allá y entremedio un mes o más de relajo. El gran anhelo de estos fulanos y fulanas, consistía en cumplir un año y medio en el trabajo, para comenzar el típico proceso de provocación, y así ser despedido y cobrar dos sueldos con imposiciones incluidas por años de servicio y otro a cambio de un mes de aviso (si les avisas, destruyen y roban provocando un costo aun mayor que el mes que se les debe pagar para despedirlos). Estos eran los hijos de quienes llegaron del campo, y se criaron en las poblaciones santiaguinas. Hoy estudian en universidades de poca monta, donde son adiestrados como resentidos combatientes del modelo.

 

El resto estaba y está compuesto por lo que botó la ola. Delincuentes, sinvergüenzas, vividores, gente violenta, mujeres con marido que “les da”, resentidos sociales, drogadictos y alcohólicos habituales y demás lumbreras. Estos viven del delito y a costa de los descritos anteriormente. Antes de la llegada de los extranjeros, no era posible contratar chilenos, los dos primeros grupos ya estaban trabajando o estudiando, y el tercer grupo ni se interesaba en trabajar, ni los empresarios nos interesábamos en contratarlos.

 

Los extranjeros salvaron esta situación. No le quitaron el trabajo a casi nadie, y valga reconocerlo, son muchísimo mejores trabajadores que los chilenos del segundo y tercer grupo antes descrito, salvo excepciones. El problema de la inmigración fue el volumen y el no controlar a la delincuencia que ingresó. También deben exigir que tengan un trabajo que les permita sobrevivir, o deberán ser deportados, como sucede en cualquier país normal 

¡Y obvio, quien se tome un terreno o cualquier otra propiedad, deber ser puesto de inmediato en la frontera! No es posible dejar ingresar a un millón y medio de pobres que seguirán siéndolo, y que terminarán viviendo en campamentos y a costa de los impuestos de quienes trabajamos. No lo sé, tal vez quinientos mil eran suficientes, pero un millón y medio fue un despropósito.

 

La inmigración masiva fue eso, masiva, descontrolada, y está causando un daño gigantesco y criminal al país. Pero que muchos de ellos fueron necesarios, lo fueron y lo son hoy día. No le quitaron el trabajo a casi nadie, y no provocaron una baja en los sueldos, porque esta gente generalmente trabaja en agricultura, comercio, trasporte o servicio doméstico, a cambio del sueldo mínimo o poco más.