El colegio
del cabro chico instauró el cargo de “delegado de género”. Aviso, por siaca,
que el colegio es de curas, aunque hasta donde he visto, solo va quedando un
solo cura para todo el colegio. Los cabros chicos hacen mofa del flamante cargo
mediante descarados chistes que ridiculizan la genial idea de la regencia, debilitando la comunidad que según ellos se esmeran en crear.
Si a alguien
le da la tentación de auto percibirse de la manera que le de la gana, me
imagino que recurrirá al delegado de género para que su nueva idea de sí mismo
sea transformada en verdad oficial del establecimiento, a la vez que se envía un mega
correo masivo a todos los apoderados indicando la nueva identidad del alumne.
A esta acción
se le llama “activar el protocolo”, lo que consiste básicamente en notificar a
todo el mundo de la buena nueva, y así contar con la coartada perfecta por si algún
niño con sentido común decide inventar algún chiste al respecto: Entonces, si
los padres del nuevo alumne reclaman, ellos les dirán solemnemente: Nosotros
activamos el protocolo, es decir, “nosotros avisamos”.
En realidad,
supongo que al colegio le importa un reverendo pepino auto percibido la situación
del nuevo chico evolucionado del establecimiento. A lo sumo, algún grupito de
profesores revolucionarios y/o buenistas se aproveche del asunto para parecer bueno
buenísimo, o trasversal transversalísimo, y así hacer parecer a quienes
observan con estupor la novedad del año como malos malísimos o retrógrados
retrogradísimos, aunque a partir de ahí nada más.
Al cargo ya
descrito, que podríamos definir como comisario ideológico, debemos sumar a una
señora que regenta la oficina de “convivencia escolar”, una especie de interventora
general dedicada a aturdir cerebros y entretener multitudes con su fanfarria correctiva, y que podríamos definir como comisaria política, cuya función es coordinarse
con los inspectores y supongo que desde ahora también con el flamante nuevo
delegado de género, para sapear, intervenir, amenazar, castigar, enviar correos
a medio mundo, suspender a alumnos, anotarlos en el libro de clases y citar a
los apoderados, cada vez que alguno de los niños que son adiestrados en las labores
del buen ciudadano sea considerado como elemento disruptivo o sujeto difícil de
domesticar, según las directrices de los políticos y escribidores de papers que
regentan el Ministerio de educación.
Los cabros
chicos, por su parte, se ríen de todas las autoridades del colegio, no por no
ser capaces de entender que alguien, con razón o sin ella, haya decidió auto percibirse
de lo que más le guste, sino de la capacidad de las adultas autoridades del
colegio de hacer el ridículo, suponer ilusamente que nadie lo nota, y más encima hacerlo con solemnidad.
Exacerbar
los antagonismos sociales y culturales mediante la excusa del bien común o el
respeto al prójimo, aunque en realidad solo instauran absurdos protocolos para
cuidar su trabajo y su burocrático trasero, anunciando con gran fanfarria
medidas drásticas que a la postre se revelan en abusos discrecionales, provoca
el resultado contrario al que declaran buscar: La marginación del supuesto
afectado por una supuesta discriminación.
La
desigualdad de trato impuesta por medio de anotaciones, castigos, llamadas de
apoderados y, a veces, el escarnio público señalando a cabros chicos como
terribles abusadores de menores, atizan los enfrentamientos entre pares, y entre alumnos y el poder establecido, que a todas luces se considera por los cabros chicos como injusto,
cobarde y abusivo.
A la vez que
a los supuestos afectados por la discriminación y a sus padres, les ofrecen promesas
irrealizables que sólo generan frustración y encono contra todo lo que se
mueve.