TRADUCIENDO A SEBASTIÁN.

No hay caso con Sebastián. Ha dedicado parte importante de su larga vida a agasajar a la izquierda, seguir los designios de las encuestas y estar con las mayorías. Lo recuerdo bailando y recitando en la televisión. Sin embargo, todo termina mal, Sebastián abre su bocota y dice justo lo contrario a lo que debe decir para mantener la fiesta en paz.

Algo dijo sobre las mujeres golpeadas, que la izquierda y la prensa (valga la redundancia) interpretaron como una especie de atentado verbal a los derechos humanos. Doña Cecilia y la ministra Plá debieron socorrerlo y explicar lo que verdaderamente quiso decir, si es que alguien lo sabe. Lo que le va faltando a Sebastián es plantear que los nobles y grandes ya no son hermosos. Esto le pasa al gobierno por no guardar al Administrador Encargado, tal como lo sugerí en el diálogo que tuvo con doña Cecilia, en que esta le ordenaba no salir a la calle ni asomarse por la ventana, por orden de Desbordes, el colaboracionista.

El culpable de todo es del lobo marino que no engulló a su excelencia antes de ser excelencia, hace unos cuantos años atrás. Si así hubiese sido, tal vez ahora nos entretendríamos con Joaquín en el gobierno en lugar de sufrir con Sebastián. Serían estupideces más “light”, más imaginativas. Tal vez veríamos a un presidente combatiendo junto a la Primera Línea, o redactando la nueva constitución en mapudungun y creole, mientras en Santiago cae nieve en febrero.

Tal vez Sebastián debiera intentar algo revolucionario, o como diría un “millenials”, debiera tratar de causar impacto. Propongo cambiar el escudo nacional, salen el cóndor y el huemul, y entran un encapuchado y un travesti. Tal vez sería mejor una encapuchada y un orco sin polera y sus alicaídas pechugas con la leyenda “devuelvan el agua”. Aun así la oposición los consideraría “insuficiente”.