Y SERÉIS COMO DIOSES...

Los contagios continúan creciendo de la mano de las hordas despreocupadas. El chilenito vivo, superando todas las expectativas, no solo supone que el paraíso terrenal será financiado por “otros”, también el virus enfermará a otros. Año nuevo y vacaciones de verano dejarán un reguero de enfermos y demostrarán una vez más que el populacho es verdaderamente bárbaro.

 

¿Alguien está interesado en extinguir la raza chilensis? Entreguen el tercer 10% antes de fin de año, y declaren el advenimiento de los derechos humanos universales a diestra y siniestra. Antes de marzo solo quedaremos en pie quienes nos guarezcamos en un bunker antivirus con unos cuantos paquetes de tallarines y agua a discreción.

 

Pero la inteligencia de otros seres humanos siempre termina imponiéndose, esa es la razón de la evolución humana y el avance del proceso civilizatorio que unos pocos persisten en imponer, mientras la mayoría arranca despavorida de él. En Chile no conocemos demasiados casos de gente de este calibre, pero de cuando en cuando algo cae.

 

El proceso civilizatorio no consiste en comprar teléfonos, televisores y cachureos de marca reconocida por otros bárbaros. Tampoco consiste en comer y emborracharse en una playa del Caribe mientras otean una palmera. Ni en estirar las supuestas bondades de la seguridad social hasta la descomposición y la degradación total del país y sus habitantes. La civilización consiste en la evolución ética y moral de la población.

 

El proceso civilizatorio comienza con el capítulo primero de la Biblia. A pesar de las intrigas de la serpiente, el despropósito de Eva y la sumisión de Adán (ya en esa época el hombre intentaba no tener problemas con la iñora), el creador nos recuerda que ¡no somos dioses! Debemos reconocer nuestras limitadas capacidades.

 

No puede existir civilización, además, sin el respeto irrestricto a la vida, la libertad y la propiedad de las personas. Tampoco existirá civilización sin respeto a la ley justa y los contratos suscritos libremente entre personas. Sin una autoridad competente que vele por estos principios, y sin el castigo necesario a quienes los vulneren. No puede existir civilización sin el sentido común necesario para observar la realidad, aceptarla y no intentar deshacerse de ella en nombre de los deseos más descabellados.  

 

En Barbarilandia caminamos por una evidente ruta de colisión, y casi nadie, por el momento, parece interesado en salir de ella.