EL ÁRBOL DE LA CALLE

Existen básicamente dos razones por las que el populacho bárbaro apoya con ilusión y desenfreno “El Chile Que Todos Queremos”. La importante y la más importante.

 

La primera, la importante, la pedestre, es conocida por todos: Recibirán gratis algo que hoy deben pagar. La segunda razón, la que todos ocultan, de la que no se habla, la más importante, aquella que los satisface como una droga, es que el dinero que financiará lo que antes pagaban será quitado a los otros, a los supuestos ricos y, mejor aún, lo harán a la mala.

 

En mis más de cincuenta años de vida he podido llegar al convencimiento absoluto de lo que digo. Es más, si algún miembro del populacho bárbaro pudiera presenciar el mismo momento en que uno de sus sicarios políticos les roba a los otros, lo envolvería un placer incontenible, mucho más grande que el mismo momento en que reciba su parte del botín. Es que no lo dudo ni por un instante.

 

Una gran mayoría del populacho bárbaro posee una mente retorcida, maliciosa. Se alimenta del resentimiento y la envidia. Tiene un comportamiento ruin. Y como nos enseñaba el gran Enrique Lafourcade, el chileno cultiva el feísmo, de ahí su insana inclinación hacia lo ruinoso. En Barbarilandia se acostumbra a mutilar sin piedad los árboles de las calles, a pintarrajear fachadas de propiedad ajena, a ensuciar calles, a destruir mobiliario público, a despreciar el necesario mantenimiento de todo tipo de cosas, inclusive su misma propiedad si esta es compartida con otros (el mismo país es un ejemplo). Observen detenidamente el baño público de alguna Fuente de Soda, un estadio de futbol, incluso un colegio, todo pintarrajeado, con grifos de agua inexistentes, con tapas de sanitarios encadenas para no ser robadas.

 

Observen las indecentes tomas de terrenos, con guaguas y niños chicos sumidos en medio del barro, mientras flamantes antenas de DirecTV decoran el techo de las casuchas donde malviven. Canchas de futbol inauguradas por el alcalde de turno en aquella población de buenos salvajes, absolutamente degradada, sin rejas que fueron extraídas para ser vendidas por kilos de fierro, con luminarias destruidas, las que son utilizadas para alguna pichanga de vez en cuando y mas que nada como centro de distribución de drogas y lugar de violaciones a sus mismas vecinas.

 

Desde que era cabro chico, siempre miré con desconfianza ese primitivo concepto que el chileno mantiene sobre el país que los vio nacer. Existe la idea de que Chile es un buen país, ya que posee recursos fáciles de obtener sin el menor esfuerzo. Fíjense usted que, en algunas calles, como la mía, existen algunos árboles frutales al lado de las veredas, todos ellos son cosechados en su totalidad antes de que su fruta madure. Siempre he pensado que lo hacen a escondidas y a destiempo suponiendo que, si no los cosechan, alguien más lo hará antes de madurar ¡No hay tiempo que perder! De un día para otro, todos los años, en medio de la noche, desaparecen diez o mas kilos de ciruelas verdes que nadie aprovechará. El único objetivo es robárselos antes de que se los robe otro. Un pensamiento tan habitual como retorcido.

 

He escuchado con estupor miles de veces cosas como que cae un cuesco de durazno al suelo y sale un árbol, luego estiras la mano al árbol y coges una fruta. Como si nada. Como el Jardín del Edén antes del pecado. Que estamos rodeados de un mar lleno de peces que puedes pescar libremente, y que es posible criar un cerdo en un rincón del terreno alimentándolo solo con desperdicios ¡Es que lo he visto y escuchado una y otra vez!

 

El populacho bárbaro, fiel representante de la “chilenidad”, tiene ese concepto de la vida, del trabajo, de el origen de todo bien material y vida satisfactoria. Es como si todo brotara solo, de la nada, sin esfuerzo ni rigor, y quien tiene mas que ellos, necesariamente les a robado algo que jamás fue suyo.

 

Desde el Dios proveerá y el patrón de la hacienda proveerá (y de no proveer lo suficiente el patrón “cooperará”), hemos pasado sin más hacia el Estado proveerá.  Un estado financiado por otros, un estado al que supuestamente se eleva la mano y se obtiene una fruta, como si fuera un moderno y gigantesco árbol de duraznos nacido del azar, desde aquel que cuesco que cayó en buena tierra y gracias una casualidad  sobrevivió, creció, produjo y ahora será cosechado hasta no dejar nada.

¿Que no es popular lo que digo? Me preocuparé cuando me digan que no es cierto lo que digo.