NUESTRO CORRESPONSAL AL VOLANTE

Nuestro amigo Andrés, que las oficia de corresponsal en la zona de exclusión mientras aplana caminos al volante de su bólido, nos informa sobre los reiterados actos reivindicatorios que se despliegan en pueblos, barriadas y sucuchos de la zona. Incendios, asesinatos a mansalva, acosos permanentes y disparos a matar son parte de la tradición nacional que se instala en aquellos perdidos rincones de lo que alguna vez fue solamente un país en estado de semi barbarie.

 

Cada vez que leo la prensa o nuestro corresponsal nos informa sobre las novedades del día, no puedo evitar recordar a mi padre que exclamaba indignado cada vez que un descontrolado conductor de micros amarillas y las anteriores, aquellas pintadas e iluminadas con llamativos colores, pasaba a toda velocidad, desafiando a la muerte, a cinco centímetros de una acera repleta de gente, con pasajeros colgando de puertas y ventanas, y su maldita mano metida en la bocina, en su loco intento por causar una desgracia masiva con tal de ganarle un pasajero al otro demente que lo perseguía unos metros más atrás ¡Aborigen!, le gritaba mi padre, sin duda perdiendo su tiempo.

 

El salvajismo de estas tierras alejadas de cualquier lugar que se precie de civilizado se remonta a los albores de nuestra creación como país, y aun antes, a aquellos tiempos en que el sur de este lupanar con vista al mar era regido por salvajes tribus depredadoras dedicadas a matarse entre ellos, a la recolección de lo que pillaban por ahí y al saqueo.

 

Estas hordas de criminales depravados son protegidos, apoyados, y/o tolerados sin ningún tipo de remordimiento por sus compinches santiaguinos, un poder judicial infiltrado por compañeros de ruta y una prensa cómpolice de cada tropelía que se comete en el país, desde la toma de algún colegio por parte de un grupito de vagos, hasta el crimen masivo del 18/O, pasando por la divulgación y enaltecimiento de todo tipo de causas revolucionarias y criminales. El populacho bárbaro, por supuesto, apoya dichos actos delictivos suponiendo dos cosas; que a ellos no los va a perjudicar y, por supuesto, que servirá para robar y repartir lo recolectado durante el crimen, a su vez que el gobierno se ríe de las victimas decretando ridículos e inservibles estados especiales acotados. Los seres primitivos y con reducido coeficiente intelectual siempre han utilizado la violencia despiadada y cobarde como modo de vida.

 

Mientras esta gentuza demuestra públicamente sus instintos criminales, Andrés, nuestro corresponsal en la zona, nos recuerda las quemazones, robos, tiroteos, saqueos, encerronas y todo tipo de crímenes cometidos a diario, aunque supongo, con la misma desazón que mi padre le gritaba ¡Aborigen! al desquiciado que era capaz de causar una desgracia masiva a cambio de birlarle cien pesos al fulano que lo perseguía. Detrás del aborigen conductor venía otro igual, y detrás del aborigen pistolero aparece otro de la misma ganadería. No hay solución, no hay nada nuevo bajo este sol abrazador que calienta uno de los últimos rincones del mundo incivilizado.