VÍA CRUCIS

Los centros comerciales anuncian que abrirán sus puertas el Viernes Santo. En primera instancia podríamos decir que existe libertad de comercio, y que estas empresas pueden trabajar en el horario que les de la gana, lo que es verdad. También podríamos concluir que quienes trabajan en estos lugares conocen el tipo de negocio en el que solicitan trabajo, y por lo tanto no pueden reclamar al respecto, lo que obviamente no deja de ser cierto. Yo no concuerdo con estas aseveraciones.

 

El argumento de que se pierde un día de ventas, lo que también es cierto, no puede ser un argumento válido para comenzar a terminar con todos los usos y costumbres de toda una nación. El paso siguiente podría ser validar con razones económicas y una buena planilla Excel, el dejar a millones de personas sin Semana Santa, Fiestas Patrias, Navidad, Año Nuevo y así sucesivamente hasta desintegrar al ser humano convirtiéndolo en un simple engranaje de un sistema que lo desarraiga, lo embrutece y lo aísla de la familia y la sociedad, desintegrando a comunidades enteras que, son una comunidad precisamente por contar con una historia, una lengua, unas tradiciones y una religión -practíquenla o no- que los une.

 

Utilizar la idea de libertad ya sea para terminar con tradiciones arraigadas en lo más íntimo de una sociedad; para que un señor pueda declararse lesbiana con barba, o para ser utilizada como más le plazca a quien la invoca, la ha convertido en un mero acto de voluntad del poder con la que se pueden justificar los fines más injustos y disparatados.

 

No nos extrañemos después, que una muchedumbre desarraigada, enfervorizada, puesta al servicio de inescrupulosos charlatanes ordinarios y oportunistas, que con argumentos bastante aceptables considere que hay que quemarlo todo ya que no tienen nada que perder, ponga en entredicho un “modelo” que sufre un creciente desprestigio en sectores sociales cada vez más amplios, y que además no les permite vivir en el más profundo sentido antropológico, sino solo sobrevivir en el más extremo sentido económico, suscitando una animadversión y una desafección cada vez más notoria.

 

Trabajar sin más sentido que cobrar para pagar, y para mayor gloria de un estado repleto de ladrones y un patrón rebozado de billetes hasta la entrepierna, y más encima tener la obligación de respetar al caudillo de turno sin chistar, no puede más que crear sentimientos de injusticia, resentimiento y odio a todo lo que se ve a diario. Y luego nos quejamos…