SER OPOSICIÓN EN BARBARILANDIA.

En aquellos años mozos de eterna y desprejuiciada juventud, antes de internet y los anglicismos; antes de la guerra de marcas y lo políticamente correcto, todo y todos teníamos nuestro apodo, uno impuesto por los usos y costumbres y las geniales ocurrencias de algún ocioso. Eran otros tiempos, sin duda mucho mejores que los actuales, salvo en lo económico.

Mientras veo a la oposición gobernando desde su cómodo sillón con vista al barrio alto o Cachagua, y se me vienen a la mente algunas palabras de aquella añorada época: “papaya”, “papa”, “chancaca”. Así de fácil es hacer oposición en Barbarilandia, basta con no hacer nada, oponerse a todo, ver como Piñera y sus secuaces son barridos por las encuestas y sentarse a esperar. A esperar mientras pasa por su puerta el cadáver del enemigo.

La oposición está calma, basta con mirar a nuestro alrededor, donde solo un par de zánganos malvivientes bombardea el Instituto Nacional y dos o tres antros de perdición más. El resto del país es una taza de leche para el gobierno. Mientras continúen administrando el legado de la iñora continuará así. Y si se ponen porfiados, a lo mas una aniñada y todos corren de un lado a otro. 

Los machucaos de la oposición continúan en sus puestos bien pagados, fomentando el vicio, pagando sus cuentas con dinero de los contribuyentes y viviendo el capitalismo cruel a todo vapor. No hay nadie más capitalista que un socialista, cuando se trata de sus finanzas personales.

El 99,9% sigue ahí, navegado con maestría entre los vericuetos del estado botín, tan feliz como siempre, esperando el regreso de la reina madre o de quien la suceda. Y si deben entenderse con Piñera no hay problema, o con el que venga, porque en definitiva todos son amigos mientras la leche no deje de fluir de la gran teta que a todos alimenta.