EL GUSTO DE VIVIR ENTRE LA MIERDA.

Estamos enfrentando la degradación nacional. Millones de miserables se agolpan en terrenos tomados; bandas delictuales campean a sus anchas en todo el país; balas locas y asesinos a sueldo atemorizan a la población; organización terroristas y narcotraficantes controlan grandes extensiones de territorio; fiscales de mentira insisten en hacer política desde los tribunales; millones de personas suponen que el camino a una vida mejor debe cimentarse en la mentira, la presión, el vandalismo y el robo. Todo esto amenizado, farandulizado y apoyado por la prensa seria y los señores políticos, que hacen de la degradación y la desgracia, su negocio.

 

Chile siempre ha sido un país barbárico, solo contenido por la posibilidad de una represión. Hoy los tiempos han cambiado y nadie está dispuesto a imponer el orden necesario para la convivencia y el progreso civilizado. Si debemos depender de los actuales “líderes de opinión”, donde circulan con indisimulado orgullo bataclanas de matinales; ignorantes y amorales políticos y curas comunistas que no creen en Dios, además de cantantes y actores de poca monta, el destino de Barbarilandia no es auspicioso.

 

Pero esta miseria no es suficiente para millones de personas que sobreviven incómodas entre los rastros de lo que alguna vez fue una nación próspera y ordenada. Quieren más. Deben cambiar la constitución que mantiene este diluido orden y que impide parcialmente a los políticos apropiarse de lo que va quedando fuera de su poder. La constitución les impide transformar definitivamente esta parodia de país a su imagen y semejanza. Un país pobre, donde la palabra empeñada en un contrato no vale nada; donde el mañana no existe; donde las opiniones de cualquier ignorante valen más que la evidencia milenaria. Los chilenos quieren el Chile de toda la vida, donde el pueblo pueda manifestar su ignorancia y su imprevisión día a día. Quieren el regreso de la chilenidad. Y para allá vamos, entre bailes, gritos, arengas y cacerolazos.