LA VIDA EN LA GRAN CIUDAD

 

Hoy he sido un ejemplo para la comunidad. Llevé a mi hija al médico; luego a la farmacia; llegué a cocinar albóndigas con salsa de tomate y puré; regué las plantas de la terraza, le eché de comer a los peces; la patrona me mandó a comprar un metro de tela que le faltó junto a dos enhebradores de agujas; reuní información y dibujos de Google sobre los Aztecas e Incas para un trabajo del cabro chico; tengo la impresión de que haré una pizza para la once, y el día aún no termina. El mundo sería un peor lugar sin mí, y en esta casa sin duda se comería peor.

 

A cambio de mi desinteresada colaboración con el bien comun, por el momento he recibido solo dos retos, lo que no está mal considerando récords anteriores. Nadie es profeta en su tierra y menos aun en su propia casa. Pero no importa, la familia es como la patria, debemos amarla, respetarla y dar nuestra vida por ella sin condiciones, o al menos es lo que aseguran mis amigos verdaderos derechistas.

 

Ser un abnegado padre de familia y un amante y sumiso esposo es un deber moral ineludible para la gente de bien. No se qué opinarán al respecto el excandidato presidencial de la Lista del Pueblo y su colaborador, el pelao que logró derrotar al cáncer; o el nuevo profesor fugado a la Universidad de Salamanca. Opiniones hay para todos los gustos, y costumbres tambien, como los colores.

 

A pesar de que estas fundamentales actividades diarias las llevo a cabo con una sonrisa jesuítica tipo “contento, señor, contento”, la debilidad humana puede llevarnos a la duda y las malas decisiones. En alguna ocasión he llegado a reclamar por la pesada carga que la vida ha puesto sobre mis menesterosos hombros, aunque la patrona me recuerda de manera muy convincente la suerte que he tenido al haberla conocido oportuna y definitivamente. Me argumenta incontestablemente que sería de mi sin ella, y la verdad es que prefiero ni siquiera imaginarlo.

 

En estos miserables y demenciales tiempos de feminazismo en que el patriarcado es cuestionado de manera ridículamente absurda, y obviamente sin fundamente alguno, no deja de ser beneficioso mantener a un hombre en la casa. Además de los servicios que prestamos, entregamos entretención, protección y desahogo a cambio de poco cuidado y algo de comida que nosotros mismos preparamos, no necesitamos chip, ni que nos paseen tres veces al día. Creo que después de todo los hombres no somos tan malos como nos pintan. Por algo las mujeres aún continúan solicitando nuestros servicios. Digo yo.