CAGAR AL PRÓJIMO

La única verdad es que aquí roba casi todo el mundo, para que nos vamos a engañar. Roban los helados del experimento social de Challenger; roban las cajas con basura que Marcelo deposita en su camioneta, en lo que podríamos catalogar también como experimento social. Saquean supermercados y comercios cada vez que un terremoto se los permite; roban la carga de algún camión volcado en plena carretera; operan de la misma manera durante estallidos delictuales, y solo se detienen en su afán de acumular bienes ajenos en vísperas de navidad, año nuevo y vacaciones de verano en que se trasladan a robar a las playas.

 

En Barbarilandia roba casi todo el mundo. Roban los políticos, por cierto; los gerentes de las grandes empresas coludidas son psicópatas de manual. Roban los empleados y los clientes ¡No lo sabré yo! La mentira y el robo son la gran maldición que no nos permite construir un país normal, ya que como he explicado reiteradamente, la mentira y el hurto son considerados pecados veniales en nuestra cultura de poca monta. Si a eso le sumamos que el trabajo es visto como un castigo, y que la envidia y el resentimiento hacia quien no roba, trabaja y progresa descompone la mente de nuestros compatriotas, tenemos un caldo de cultivo excepcional para que cunda la mediocridad y la sinvergüenzura. Y como decía mi abuela, si queda alguna duda, que baje Dios y lo vea.

 

Durante las tres décadas que me dediqué al comercio, comprobé hasta dónde puede llegar la vileza humana. Por ejemplo, mis principales actividades diarias consistían en lo siguiente: Intentar controlar en la medida de lo posible que los trabajadores, una vez que llegaran a su trabajo, cosa que nadie podía asegurar, robaran lo menos posible; que los clientes robaran lo menos posible; que los proveedores robaran lo menos posible; y que los transportistas y peonetas de los proveedores robaran lo menos posible. Nunca puede evitar que el estado robara lo menos posible. De no haber dedicado tanto tiempo a estos menesteres de los cuales dependía la viabilidad de mi negocio, podría haber progresado mucho más, pero no me dio el tiempo.

 

En Chile, por añadidura, no se respetan los acuerdos, no se respeta la palabra empeñada, no se respetan los contratos, ni se respeta a la virgen santísima. El Chile, el personaje más admirado por la inmensa mayoría de la población es aquel que “la supo hacerla”, “el loko que la supo hacerla”, traducido al castellano significa “el que supo estafar a alguien”.

 

¿Cuál es la razón para tanta desvergüenza? Pues además de lo ya descrito, le tenemos a la dama y al varón que casi la totalidad de los chilenos supone que las relaciones entre las personas y, por lo tanto, el intercambio voluntario de bienes y servicios es de suma cero, o sea, que, si yo gano, alguien debe perder; y si yo pierdo, es que alguien me cagó. Y entre cagar y ser cagado, pues la horda caga al prójimo.

 

La ignorancia y el salvajismo, además de nuestra cultura y nuestras costumbres, no permiten que la civilización derrote a la barbarie en que, como nos advirtió Santos Discépolo “Vivimos revolcaos en un merengue, y en el mismo lodo todos manoseaos”.