Vivimos en
un país (y en el mundo occidental en general) con los valores totalmente trastocados.
En un lupanar regentado por gentuza de la peor calaña. En algún momento inicial
de esta enloquecida huida hacia adelante, se nos dijo y redijo que todo era relativo.
Pues la degradación relativista fue superada por un fanatismo que declara bueno
lo malo y malo lo bueno, dejando las interpretaciones relativistas en el tarro
de la basura. Ya no hay espacio para las interpretaciones, salvo la de género. Hoy
solo existe la verdad oficial, los buenos que la acatan y celebran, y los
herejes modernos que no la aceptan sin rechistar.
El actual es
el mundo de los depravados, de los desquiciados, de los ladrones que roban para
hacer el bien, de delincuentes autoerigidos en santurrones que abusan en nombre
del bien común y destrozan la realidad para armar sobre los restos de ella y de
nuestra historia algo mucho peor. Algo siniestro e invivible.
Nada de esta
locura sería posible sin el alto auspicio de un populacho bárbaro envilecido que,
entusiasta, apuesta a quedar tuerto con tal de ver al otro ciego, más aún si el
otro es un rico al que hay que arrasar ¿Qué se ha creído este rico, ah?
Ya no hay límites
para nada, ni siquiera para el sentido común. Hoy todo es lícito. la mujer es
hombre y viceversa; el feo es hermoso; el tonto es listo; y una yegua de mierda
no es más que una pobre damisela empoderada que hace justicia a su pobre abuela
supuestamente dominada por el marido en tiempos de Maricastaña.
Robar es un
acto reivindicatorio; ser un vago es buscarse a si mismo mientras alguien
trabaja para mantener al buscador eterno. Negros, indios, pobres, mujeres y
travestis son beneficiados con leyes especiales. Y nosotros, los giles, que jamás
tuvimos un esclavo, subsidiamos a quienes jamás han sido esclavizado. Negocio
redondo para el crimen organizado.
La inconformidad
enfermiza con lo que se es y lo que se tiene, unida a la diarrea de derechos
disparatados, han desatado la envidia y el resentimiento, ese siniestro odio a
todo lo conocido. Ahora súmele las ansias de poder de un populacho bárbaro desquiciado
y envilecido, que utiliza ese poder otorgado graciosamente por ratas
encumbradas en la burocracia estatal, para vengarse y vanagloriarse de su supuestamente
justa venganza ¡Pufff!
Ahí está la
prueba, en Plaza Italia; en el que baila pasa; en los saqueos, robos,
destrucciones y asesinatos; en pirómanos desatados; en adoradores del perro
matapacos; en vagos permanentes; en odiadores casi perfectos. Los hemos visto
llegar en andas al congreso nacional, donde sus aduladores los veneraron sin condición
alguna.
No dejaré de
decirlo porque siguen ahí afuera, a la espera de una nueva oportunidad de hacer
el mal en nombre del bien, siempre como excusa para continuar robando y destruyendo
todo lo que envidian y odian al mismo tiempo.